Las crónicas persas: IV Los cuerpos de las mujeres iraníes

I-El velo

-Podés pasar a cambiarte- me dijo sonriente la madre de mi amigo ni bien llegamos a la fiesta. Era nuestra primera noche en Teherán y estábamos invitados al cumpleaños de una niña que llevaba una corona. Todo era tal cual lo había imaginado, el arroz con azafrán, el ghorme sabzi, el sherbet de bienvenida, las alfombras suntuosas e incluso una edición ilustrada del Shahname como regalo para la pequeña reina. Elegancia, opulencia, cortesía pulida por milenios de civilización y una ejecución perfecta del arte de la hospitalidad. Solo un pequeño detalle alteraba la típica postal iraní: la mayoría de las mujeres habían cambiado la ropa que en la calle les cubría el cuerpo por vestidos de fiesta que dejaban los brazos, el escote, las piernas y el cabello al descubierto.

Nada raro, a no ser por el detalle de que Irán es uno de los dos países del mundo en los que el velo es obligatorio. Los países en los que el Islam es la religión mayoritaria o oficial son más de 30, pero solo Irán y Arabia Saudita (y regimenes fundamentalistas transitorios) consagran la obligatoriedad legal del hijab. Irán establece que todas las niñas comiencen a cubrir sus cabellos y su cuerpo a la edad de 9 años. La ceremonia, Jashn-e taklif o “celebración de la pubertad”, es un rito de iniciación artificial cuya función es suplantar el paso religioso de la niñez a la adultez que se da en la menarquía e intenta darle al velo el carácter de compromiso público teñido de cierto heroísmo. Cientos de niñas se nuclean en sus escuelas o mezquitas para llevar el velo, por primera vez y para siempre. La idea comenzó después de la Revolución Islámica Pronto fue adoptada como norma y resignificada como celebración. Se añadieron los regalos, los dulces y las fiestas fastuosas para alardear el estatus social. Pero a pesar del apoyo gubernamental pareciera que la Jashn-e taklif no logra despertar el entusiasmo esperado. Es que es difícil que una voluntad se fortalezca desde el terreno árido de la obligatoriedad.

hijab en iran carvansaray

Velo, cejas anchas y nariz normal, un tipo de belleza en desuso en Irán.

La “policía del velo”, estricta y vigorosa bajo el gobierno de Ahmadinejad, ya no controla las calles con tanta rigidez en busca de transparencias, ropas demasiado ajustadas o flequillos al aire libre. Y sin embargo, la tensión aún persiste en las calles, en especial en las de Teherán. Paradójicamente algo bastante similar había ocurrido antes en Irán, durante los tiempos del Shah. Kashf-e hijab fue el nombre con el que se conoció la política de “desvelamiento” orquestada por Reza. La idea, inspirada en Ataturk, tenía que ver con considerar al hijab como un elemento regresivo, como un obstáculo en la lucha por la modernización (aka europeización). La resistencia no tardó en llegar, junto con la represión de las insumisas. La historia se repite pero con signo contrario, sin que los políticos se den cuenta de que el error no está en qué prohibir, sino en el simple hecho de la prohibición en sí. Casi 50 años después, en 1979, la Revolución Islámica dictaminó la obligatoriedad del velo. Allí también las calles se llenaron de mujeres desobedientes, que nuevamente fueron doblegadas por el poder del estado. Desde entonces, en Irán todos tiran de las puntas de aquel trozo de tela que cubre (o no) nuestras cabezas, y en esta cinchada interminable cada bando le atribuye a una prenda sencilla connotaciones que no tiene. Es emblema de modernidad versus tradición, de la resistencia al imperialismo, es revolucionaria o antirrevolucionaria, es retrógrada, es femenina, es machista, objetiviza a las mujeres, desobjetiviza a las mujeres, es símbolo de sumisión, es símbolo de emancipación, de piedad, de hipocresía, de campesinas, de señoras de la ciudad, de lucha, de esclavitud, de sometimiento, de libertad, y, peor aún, quienes jalan de él han llegado a convertir el velo en signo de tal o cuál partido político. Pero hay algo que ningún vocero dice. El hijab en sí no oprime a nadie, como tampoco perjudica a nadie el no llevarlo. El verdadero enemigo es el omnipresente discurso regulador del cuerpo femenino, venga de donde venga.

Como en muchos otros aspectos de la sociedad iraní, con el velo sucede que nos encontramos ante una sociedad que podríamos llamar bilingüe, a no ser porque las dos lenguas que se hablan no son inteligibles entre sí. Buena parte del discurso público habla el idioma de la CNN, despotricando contra el Islam, a la que ven como una religión no solo opresora sino hasta invasiva (sobre el revival zoroastriano hablaré en otro momento). Al mismo tiempo se puede escuchar la lengua del gobierno, que encorsetada en la propaganda intenta imponer la imagen de un país que es difícil encontrar en las postales cotidianas de las grandes ciudades. Y otra vez, en el medio de la guerra de las ideologías queda atrapado el rehén de siempre, el cuerpo femenino, y su insignia de la discordia, el velo.

cronicas persas carvansaray

Por un lado está la lucha de las jugadoras de fútbol de la selección nacional que piden que la FIFA les permita participar de las competiciones con su atuendo “islámico” (y el gobierno iraní se hace eco de esta lucha, aunque no les permita a las mujeres  asistir a los estadios de fútbol como público por razones de “modestia”). También están las niñas que deben usar el hijab en las escuelas como un uniforme, aunque no sean mixtas y ningún hombre vaya a verlas si se descubren. Y luego las actrices y cantantes iraníes de canales que se graban en Europa y que todos miran a través del cable y que imponen otra idea de la moda y del mundo, en la que el velo no existe ni siquiera como ficción. Entre uno y otro, el “pasar a cambiarse”, cumplir con las leyes de afuera cuando nos vean, rebelarnos contra ellas cuando estemos en casa. La hipocresía como forma de subsistencia entre dos mundos.

II-El pelo:

 Pongamos que hablo de Teherán. Porque es cierto que en el sur las mujeres bandarís llevan máscaras de tela o de hierro que transforman sus rostros en los de un pájaro. Porque es cierto que en las ciudades sagradas los chadores negros se arremolinan sin excepciones en las calles y en los pasillos angostos de los bazares y hasta bailan tímidamente cuando la brisa sopla en las plazas. Pero en Teherán campea el velo sostenido por una montaña de pelo detrás de las orejas, el flequillo ostentado, o el pelo suelto escurriéndose por debajo de una chalina. El cabello (muchas veces teñido de un rubio apócrifo) se desliza siempre un poco más de lo que la ley permite en su insistencia por hacerse ver, por descubrirse. Es que, oculto y todo, es el único tipo de cabello que existe en Irán.

ley del velo en iran carvansaray

Hay lugares en donde manda el negro, por más que los hadices del Profeta aconsejen usar blanco como color favorito en la ropa.

Pareciera que la compulsión a mostrar el pelo fuera directamente proporcional a la avidez por deshacerse de cualquier otro tipo de vello. Las cejas iraníes se vuelven cada vez más finas, hasta el punto de terminar desapareciendo debajo del marrón confuso de un delineador. Los brazos femeninos muestran poros ultrajados y los hombres que se aventuran a las remeras o musculosas dejan ver las marcas de la depilación en sus escotes. Aquellos signos dejan translucir ante la mirada del viajero una compulsión por la estética que es capaz de transformar el cuerpo de maneras imprevistas.

III-La nariz:

Irán es acreedor de uno de los record más extraños del mundo. Y se da en la intersección entre la medicina, la política y la tecnología dentro de la esfera del cuerpo. No, no me refiero ahora a ser el segundo país del mundo con más operaciones de cambio de sexo (por más extraño que pueda parecer en un país “conservador”, no es más que un intento desesperado por normalizar la diferencia e intentar hacer coincidir cuerpos y deseos). Estoy hablando de que Irán es el país con más cirugías estéticas de nariz. No hubo día que haya pasado en Teherán, Shiraz o Isfahán en el que no me cruzara con cuatro o cinco mujeres con la nariz vendada, y al menos día por medio veía a un hombre también recién operado. Las niñas comienzan a operarse tan temprano como a los 14 años y son pocas las mujeres adultas que no tengan su nariz “hecha”. Las razones de esta moda (que lleva ya más de cuarenta años) son muchas. El primer lugar lo disputan dos argumentos: la sed de emulación europea y la compulsión a mostrar que provoca el hijab obligatorio. Aunque tal vez las dos sean la misma cosa.

Los iraníes consideran que son los europeos los seres humanos más hermosos de la tierra y que acercarse a su modelo es una forma de hermanarse a la belleza. Es extraño que un pueblo tan fieramente orgulloso de su identidad nacional sea tan extranjerista en cuanto a su canon estético. En pocos lugares la fascinación con los actores y actrices extranjeros ha llegado a los extremos de masivamente rechazar un rasgo de la propia cara. Paradójicamente, al haberse popularizado tanto, la rinoplastia constituye un símbolo de identidad persa más fuerte aún que la nariz persa original. En cuanto a la relación con el hijab, la cirugía puede verse como una reacción extrema a la prohibición de exhibir otros atributos femeninos. -Si solo nos queda la cara para mostrar, vamos a trasformarla hasta convertirla en lo que queramos- parecen decir las teheraníes. La ley ha enmarcado el rostro detrás de una multitud de telas y de esta forma el hijab obligatorio ha contribuido a generar una obsesión con las facciones de la cara humana, que culminó en una desesperada búsqueda de perfección, en la que la necesidad de expresarse les lleva a sobrepasar el temor al bisturí.

Jashn-e taklif carvansaray

Las amas de casa protegen el blanco impoluto de sus familias frente a los terroristas del color

La obsesión con la belleza física (en un país en donde la propaganda estatal proclama la belleza espiritual de las mujeres como meta a alcanzar) tiene que ver en tercer lugar con lograr sobrevivir en una cultura en donde el valor personal está en relación a la apariencia. La lucha no es solo por conseguir un buen trabajo, sino por asegurarse un buen marido. Esto no es sencillo en un país en el que la guerra dejó por muchos años un gran déficit de hombres, aunque para ellos tampoco sea fácil encontrar compañera por las dotes exorbitantes que piden muchas familias. Para triunfar en el mercado del amor hace falta tener una cara perfecta y en esta no puede faltar una nariz pequeña y respingada. La operación, debido a su costo, representa un símbolo de estatus en sí misma y es por eso que muchas personas mantienen el vendaje sobre sus narices más tiempo que el que lo necesitan, para demostrar que vienen de una familia que tiene los medios suficientes para costear una rinoplastia. De cierto modo la operación es un rito de pasaje más exitoso que el Jashn-e taklif : es una nueva nariz la que conduce a las niñas al mundo de las adultas, dándoles un lugar dentro de una sociedad que compite por la belleza. Si el hijab es la máscara que se impone, la cirugía es el tatuaje que se elige.

chador en iran carvansaray

El antiguo estilo aún pervive en las vestimentas tribales de estas mujeres y sus chadores

IV- La piel

Cuando llegué a la casa de nuestros anfitriones en Qeshm, pensé que Mohamed se había divorciado recientemente y que ahora tenía una nueva esposa. Porque la chica de la foto (rubia y de ojos azules) no se parecía en nada a la joven de tez morena y ojos marrones que teníamos en frente. Sin embargo, me dije después de mucha observación, se trataba de la misma muchacha. El retoque de las imágenes era la alternativa a quienes no podían permitirse acceder a una cirugía, puesto que no hay ninguna que cambie el color de la piel.

El mismo juego de fotos me sorprendió en Kashán. Allí una madre me mostraba retratos de Ghazal, su hija adolescente. Apenas habían pasado dos años desde aquella imagen, pero su hija ya era otra, había sufrido una cirugía de nariz. Esto no era suficiente para dejar tranquila a su mamá. -Ghazal es fea- me confesó sin remordimientos- mi hija más grande es linda, pero Ghazal tiene la piel demasiado oscura.- Incluso el amor materno no era capaz de enfrentarse a la presión social que iguala la belleza a la blancura.

La solución, si bien en esta ocasión no estaba en la cirugía, conforma un mercado en ebullición. La industria del maquillaje tiene en Irán su séptimo consumidor a nivel mundial, justo después de Arabia Saudita (guiño, el otro país en donde el velo es obligatorio). El maquillaje ofrece en primer lugar la posibilidad de un efímero blanqueamiento, pero sobre esa capa de blancura permite dibujar una gama exagerada en la que todos los colores conspiran para mostrar la resistencia al régimen. Otra paradoja del cuerpo persa: la rebeldía como gesto político consiste justamente en cubrir tras una gruesa capa de cosméticos la única parte del cuerpo que la ley permite dejar al descubierto.

hijab en iran carvansaray 1

Madre e hija modelo en la propaganda del metro de Teherán.

IV-El útero:

Hubo un tiempo en el que las muchachas fueron criadas para ser madres de mártires. Aquellas jóvenes de los años 70 son hoy señoras tristes envueltas en chadores negros que pasan sus tardes en el cementerio de Beheresht-e Zahra en Teherán, limpiando las tumbas de sus hijos siempre jóvenes. Aquella generación está agotada y hoy en día la fertilidad dejó de contar como valor. Hay quienes aún constituyen una excepción, pero la mayoría de las mujeres que pude encontrar en mi viaje por Irán ya no quieren ser las madres de ningún ejército. Y están forjando un paradigma completamente diferente sobre lo que significa ser mujer.

La madre de Nur nos recibió en su casa. Había venido a Shiraz solo para encontrarnos dejado a su marido solo por unos días. Era una mujer independiente, trabajaba como fotógrafa y dedicaba su tiempo libre a aprender cosas nuevas, entre ellas, a tocar un instrumento tradicional persa. No había día en el que no defendiera las luchas de las mujeres de su país y en el que no dijera que muchas eran las cosas que tenían que cambiar. Fue ella la que me contó sobre la cantidad de violaciones que el gobierno decide esconder para dar la imagen de una sociedad pura e islámica o sobre aquel ridículo religioso que echó la culpa del terremoto del 2010 a las mujeres que no se visten “correctamente” o “muestran demasiado pelo debajo del velo”. Ella fue la que me puso al tanto sobre la resistencia y los problemas de las mujeres iraníes.

Una mañana después del desayuno Nur protestaba. Su madre trataba de darle una pastilla, pero la niña se negaba. Al final aceptó. Pregunté si estaba enferma y entonces mi amiga me respondió que no. La pequeña Nur tenía ya 12 años pero tanto su madre como su padre consideraban que era demasiado pequeña para comenzar a menstruar. La llegada de su ciclo, creían, detendría su crecimiento, y luego ¿quién querría entonces casarse, en el futuro, con una mujer de baja estatura? Es por eso que le aplicaban a su hija una inyección mensual para acelerar su crecimiento al mismo tiempo que día a día le suministraban una pastilla para retrasar la llegada de su ciclo.

Además del control menstrual, la vigilancia persa sobre el útero llegó al mundo de los partos. La simpatía iraní por las cirugías en general, la confianza en la tecnología médica como sinónimo de progreso y la idea de que el parto natural es cosa de pobres y mujeres tercermundistas, alentadas por el lucro y la negligencia de los doctores, se unieron para generar en el país una verdadera epidemia de cesáreas.

Mientras que la OMS marca como límite el 15 por ciento, la media anual iraní dice que de cada 100 partos, 40 son por cesárea y en algunas clínicas el porcentaje abarca a la totalidad de los nacimientos de los cuales el 75 por ciento se debe solo a la elección de las nuevas madres. Tal como la cirugía de nariz, la cesárea se convierte en un símbolo de la modernidad y de estatus, como una elección personal que constituye la participación en un nuevo ritual femenino. Pero tal vez me equivoque y no se trate solo de un ansia postmoderna: la cesárea forma parte también de la mitología persa. Cuando la madre del héroe Rustam iba a darlo a luz, estaba tan extenuada por el tamaño descomunal de su hijo que su marido pensó que tanto la madre como el bebé morirían en el parto. Fue entonces que llamó al Simorg y el pájaro mítico le enseñó como realizar una cesárea que salvó la vida de la madre y del niño. Desde entonces, pareciera que el Simorg tomó la forma de miles de doctores que intentan crear héroes cortando úteros.

-No hay por qué sufrir- me decían las jóvenes iraníes que me encontraba. Todas reconocían tener miedo al parto natural, a la vez que rechazaban la lactancia como algo pasado de moda. Las mamaderas de fórmulas son lo ideal: además de evitar el irritante contacto físico, dan la oportunidad de comprar un producto importado. Sus hijos están tomando la misma comida que los niños americanos con los que sueñan en convertirlos.

 A diferencia de las mujeres de las generaciones anteriores, hoy en día muy pocas tienen antes de los 30. La prioridad son sus carreras (las mujeres iraníes aspiran a completar su educación con un sin fin de postgrados y doctorados) y mantener sus cuerpos en forma. -Los niños son muy caros- les oí decir en muchas ocasiones -con tener uno es suficiente-. El control de la natalidad y la planificación del momento exacto para gestar un niño son parte de la misma política de la cesárea y del control de la menstruación: ser moderna implica controlar la fuerza salvaje que habita en el cuerpo. La cultura le gana otra vez la batalla a la naturaleza. Me pregunté qué sería de la idea de Dios en una sociedad en la que la ciencia elige como gestionar los ritmos de la naturaleza y en la que nadie está conforme con el cuerpo que le tocó, ni con sus ciclos.

las crónicas persas carvansaray

V- Cuerpos femeninos

El punto siempre está en el control. Antes, era el discurso oficial el que alentaba a las mujeres a ser madres. Hoy el control se ejerce desde adentro del cuerpo pero en el sentido contrario. Para las nuevas generaciones de mujeres iraníes las marcas de la vida de sus úteros son algo que controlar, premeditar y hasta suprimir. La respuesta a la exigencia externa se ha internalizado y la resistencia toma caminos cada vez más radicales: si solo puedo mostrar mi rostro, entonces voy a operarme la nariz, si quieren obligarme a ser madre de un mártir, entonces voy a deshacerme de mis menstruaciones. La tecnología es la aliada, sinónimo de la modernidad en lucha constante con el antiguo orden. Es el quirófano el que ofrece toda la batería de nuevas intervenciones dedicadas a revelarse contra lo viejo, pero ¿cómo deshacerse de los nuevos imperativos? Lo político se ha enquistado en el cuerpo de las mujeres iraníes: primero llegó la revolución cubriéndolos con una túnica negra, luego el mercado desnudándolos al compás del bisturí. Debajo de la piel laten todas las contradicciones de la sociedad persa de hoy, buscando una libertad que no ofrecen ni los Ayatollahs ni el modelo capitalista occidental.

Cuando no haga falta cambiarse de ropa al llegar a una fiesta, vestir lo que no se quiere para salir a la calle, adulterar las fotos para parecer más blanca ni operarse la nariz para conseguir marido, entonces la fuerza corrosiva de la hipocresía se habrá alejado de Irán y el propio cuerpo dejará de ser el enemigo a cercenar, el escenario de la tragedia de la identidad no hallada. Hasta entonces serán los fragmentos, los pedazos desmembrados de cuerpos en transformación, una de las llaves más importantes para entender la sociedad iraní de hoy en día.

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Posdata: Mi experiencia

Desde hace años que uso hijab y antes de viajar a Irán pensé que al estar en un sitio en donde su uso era “oficial” iba a gozar del lujo de poder perderme entre la multitud y no ser señalada ni juzgada por mi forma de vestir. Me equivoqué. Estaba de nuevo dentro de un mundo donde la tela que llevaba en mi cabeza estaba compuesta por miles de significados, ninguno de los cuales me definía a mí. Y tal como se puede esperar de cualquier prohibición, la obligatoriedad del hijab me hacía sentir incómoda: yo me vestía igual que todos los días, pero esta vez no estaba ejerciendo un acto de libertad sino que estaba obedeciendo. Obedeciendo argumentos que desapruebo, razones que no justifico, pautas en las que no creo. Alguna vez escribí sobre mi punto de vista, un hijab utópico que signifique libertad y revolución. Acá les replico aquellas palabras. ¡Mujeres con el cabello cubierto del mundo, únanse!

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11 pensamientos en “Las crónicas persas: IV Los cuerpos de las mujeres iraníes

    • Muchas gracias Ana! Es cierto, Irán es un país del que sabemos muy poco, o mejor dicho, sabemos muchas cosas que no son tan ciertas como creemos. Allí está la aventura de viajar, en la posibilidad de aprender cosas nuevas y destruir estereotipos. ¡Gracias de nuevo y hasta pronto!

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  1. Muy buenas historias! no me toco ir a una fiesta en Irán pero si que vi a las mujeres con la nariz operada y tarde en entender que si traían la cara vendada en la calle lo hacían por que querían que todo mundo viera que se habían hecho la rinoplastia… Que diferencias tan grandes, por ejemplo, en mi país cuando alguien se opera la cara se esconde hasta que haya pasado la convalecencia y poder «negar» que hubo cirugía 🙂

    Saludos!

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    • ¡Muchas gracias Gaolga por leer y comentar! Me alegro que te gusten las historias. Es cierto, aquí también la gente intenta esconder las marcas de sus cirugías pero justo en esas diferencias culturales los viajes nos dan la oportunidad de indagar para aprender algo nuevo, ¿no?. Un abrazo y hasta pronto!

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